No habrá dignidad sin
igualdad
3 de marzo del 2018-Mario Diego
“Se ha observado que el grado de civilización que las diferentes
sociedades han alcanzado siempre ha sido proporcional al grado de independencia
del que han gozado en ella las mujeres”.
Charles Fourier

En vísperas del Día de la Mujer, ya son cinco las asesinadas por violencia de
género este año. En 2017 morían un poco más de ocho mujeres por
mes lo que significa casi una muerte cada cuatro días. Si
a esto le añadimos que una mujer es violada cada ocho horas, lo menos que se
puede decir es que nuestra sociedad es un infierno para las mujeres.
El escándalo Weinstein, ese productor
estadounidense imponiendo el derecho de pernada a las actrices hollywoodienses,
demuestra, si era necesario, que ningún ámbito de la sociedad está a salvo de
esa lacra ni, desgraciadamente, a punto de acabar, por mucho que los círculos
burgueses se hayan horrorizado con este caso.La aparición de los movimientos #MeToo y #BalanceTonPorc, permitieron a
miles de mujeres –principalmente periodistas, escritoras y cuadros, componentes
de la flor y nata de la sociedad– atestiguar que para estos asquerosos y
vejatorios comportamientos no existen ni fronteras geográficas ni
sociales. Ningún ámbito está a salvo porque no se trata de
educación y cultura, se trata de prejuicios y poder.
Que actrices conocidas en el mundo entero, diputadas y periodistas famosas
expliquen que no se han atrevido denunciar a sus
agresores por miedo a perder su empleo y ver sus carreras
comprometidas, lo dice todo con relación al peso de dicho poder y de su dinero
en la sociedad.
Es ese poder quien estructura la sociedad, quien posee los medios de producción
y quien impone lo que asalariadas y asalariados deben ganar. Es ese poder quien
estipula qué salario debe ganar una mujer y quien estipula que ese salario no
puede igualar al de un hombre.
La espesa capa mugrienta y misógina que reboza
la sociedad es tal que desborda por todas las partes. No es difícil imaginar
que ocurre cuando esas mujeres son obreras o empleadas no teniendo entre sus
relaciones a periodistas, policías o jueces. Mientras, el gobierno sigue
vendiéndonos que están tomando medidas para poner un término a la desigualdad
entre hombres y mujeres –particularmente en las empresas–, para reducir la
desigualdad y la brecha salarial.
Lo peor para las mujeres que se oponen luchando a sus acosadores es ser el blanco
de los prejuicios machistas de sus compañeros de trabajo.
Tendrían que poder contar con ellos para conquistar su dignidad, como los
trabajadores deberían contar con sus compañeras de trabajo para luchar contra
la explotación.
Cuando la burguesía reservaba toda participación política a los únicos varones,
las mujeres lucharon individual o colectivamente por el derecho a estudiar, a
trabajar, a votar y el derecho de abortar. Si esas luchas han contribuido al
cambio de mentalidad, desgraciadamente no han sido suficientes para erradicar
las costumbres sexistas y los prejuicios seglares porque estos son,
principalmente, el fruto de las relaciones de explotación, cimiento de la
organización capitalista. Poner fin a la situación actual de las mujeres, pasa
por poner fin a la explotación y recíprocamente.