Crisis económica y amenazas de guerra
Lutte ouvrière, Revista Lutte de classe – 18 de octubre 2020
“El mundo es peligroso, la crisis contribuye a esta peligrosidad y un conflicto importante no es improbable. […] El más mínimo incidente puede degenerar en una escalada militar descontrolada. […] Los adustos conflictos entre estados siguen siendo posibles, incluso probables. El ejército debe de estar, con antelación, más preparado que nunca para desarrollar una potencia militar por si debe afrontar un peligro inesperado, y sabiendo, por su capacidad de resistencia, cómo resistir a los choques. […] Nos imaginamos una situación así alrededor de 2035, pero en 2020 ciertas casillas ya están seleccionadas." [1] Estas son algunas de las declaraciones realizadas antes del verano por el Jefe de Estado Mayor del Ejército francés, el general Thierry Burkhard, para presentar su visión del futuro a los parlamentarios.
Estas palabras de un mandamás del ejército, no solo pretenden obtener una extensión presupuestaria para la "grande muette" (*). Expresan también el temor de ciertos miembros de la burguesía de que la crisis económica, acelerada y agravada por la crisis sanitaria, lleve a nuevas guerras, si no a una guerra generalizada o incluso a una nueva guerra mundial. ¿Propaganda o anticipación?
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, las guerras no se han detenido. Oriente Medio ha sido una víctima ininterrumpida durante cuarenta años. Los países que antes eran relativamente desarrollados, como Irak y Siria, han sido destruidos metódicamente. La guerra aún continúa en Afganistán, Siria, Yemen. En África, hay innumerables países que llevan décadas sufriendo de la guerra. En Asia, la guerra contra los rohinyas continúa en Birmania. Pakistán, India, Bangladesh, Filipinas se encuentran en un estado de guerra casi permanente. Detrás de la mayoría de estas guerras está la intervención de las grandes potencias.
Pero estas guerras, por mortíferas que puedan ser para las poblaciones que las padecen y los soldados que las libran, se desarrollan lejos de Europa, al menos de su parte occidental. Hay que admitir que los soldados occidentales participan directamente en algunas de ellas. No obstante, a menudo, estas intervenciones se realizan mediante las llamadas operaciones asimétricas, es decir, no contra los ejércitos regulares de un verdadero Estado, sino contra grupos armados de tipo guerrillero o yihadista, contra ejércitos mal equipados. Más a menudo aún, dicha intervención se realiza mediante bombardeos aéreos durante los cuales los pilotos matan a centenas de personas como si fuera un videojuego.
Y cuando se trata de una guerra de "alta intensidad" o "masiva", según la jerga militar, como la guerra contra Dáesh en Irak o Siria, el encontronazo frontal entre las primeras líneas, —el que ocasiona la mayoría de los muertos— lo aguantan las fuerzas supletorias, iraquíes, kurdas, sirias, o mercenarios de todas las nacionalidades, contratados por los líderes occidentales —y en primer lugar estadounidenses— para llevar a cabo las operaciones militares más peligrosas.
Las ceremonias organizadas en el patio de los Inválidos por los sucesivos presidentes para halagar el sentido del sacrificio y la unidad nacional son un recordatorio habitual de que los soldados franceses mueren en estas operaciones. Sin embargo, más allá de sus familiares y allegados, estas muertes no afectan mucho la opinión popular porque no solo son pocos los soldados fallecidos, sino que además son voluntarios reclutados, asesinados en países lejanos.
Notas:
* Cuando el decreto del 5 de marzo de 1848 restableció el sufragio universal masculino, todos los franceses recuperaron el derecho al voto, excepto el clero, los presos y los militares De ahí la denominación de la “grande muette” (la gran muda) cuando se hace referencia al ejército.
1. Extractos del comunicado de prensa del Comité de Defensa de la Asamblea Nacional del 18 de junio de 2020, tras la audiencia del General Burkhard.
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La crisis exacerba las tensiones en Europa
La agudización de la crisis con el rosario de tensiones económicas, políticas, diplomáticas o militares que esta provoca, puede cambiar las reglas del juego con más o menos rapidez. La guerra, que la parte occidental de Europa no sufre en su suelo desde hace setenta y cinco años, a diferencia de su parte oriental, podría acercarse.
Tanto los altos funcionarios como los líderes políticos expresan este temor. Al presentar, en septiembre, el incremento del presupuesto militar, la ministra de la Defensa, Florence Parly, lo justificó explicando que era "esencial y necesario rehabilitar nuestra armada, debido al auge de las tensiones en Europa, después de las insuficientes inversiones desde hace años". El senador LR, que preside la Comisión de Asuntos Exteriores, comenta: "En este momento, en el que algunos vaticinan un enfrentamiento entre Egipto y Turquía en Libia, país en el que Turquía está llevando a cabo importantes operaciones terrestres fuera de su territorio, podemos darnos cuenta de que los enfrentamientos convencionales mediante las fuerzas terrestres no son una simple hipótesis de trabajo, sino una realidad estratégica" [1] antes de concluir, como era de esperar: "El Senado vigilará atentamente el incremento de los medios financieros y velará a su preservación.”
Otros citan los riesgos de una guerra involuntaria con Rusia: "La futura lucha con Rusia no vendrá de una invasión, sino quizás de un error de cálculo que nos conducirá a ella", declaró un líder de OTAN, citado por el diario Le Monde el 17 de junio. Este riesgo de una guerra debida a un malentendido también lo menciona el general Burkhard, según el cual "el menor incidente puede degenerar en una escalada militar incontrolada". Obviamente, hay un elemento de exceso con fines de propaganda y comunicación en estos diferentes comentarios. Propaganda para enmascarar la abrumadora responsabilidad del imperialismo por las crecientes tensiones, apuntando hacia un cómodo enemigo, la Turquía de Erdogan o la Rusia de Putin. Y también declaraciones para obtener mayores presupuestos de defensa y hacerlos aceptar por la ciudadanía.
El hecho es que Erdogan, enfrentado a una gran crisis económica, con una base política menguante y sufriendo derrotas en las elecciones locales, se ha embarcado en una carrera alocada hacia el terreno del militarismo y el nacionalismo. Actualmente Turquía está involucrada militarmente en cinco conflictos. Envió tropas o auxiliares a Libia, Siria y al norte de Irak, en el que efectuó, sin cesar, continuas incursiones contra los kurdos. Mediante las milicias sirias afines y el suministro de armas, Turquía interviene junto a Azerbaiyán en la guerra contra Armenia en los alrededores de Nagorno-Karabaj. Por último, ha intensificado las maniobras aeronavales en el Mediterráneo en aguas territoriales griegas. El gobierno turco ha fortalecido su armada durante los últimos cinco años comprando o construyendo nuevas fragatas y submarinos. Debería inaugurar su primer portaaviones en 2021.
Hay una parte de farol y chantaje en las poses de guerra de Erdogan. Turquía sigue siendo miembro de la OTAN, al igual que Grecia, lo que significa que está tutelada por otros Estados miembros para la obtención de algunos de sus suministros militares. Por ejemplo, en 2019, Estados Unidos bloqueó la entrega de un pedido de aviones de combate F-35 después de que Turquía comprara material de defensa antiaérea a los rusos. La empresa canadiense L3Harris Wescam acaba de suspender sus entregas de ópticas de precisión, esenciales para los drones militares turcos, por la razón declarada de que están matando civiles en Nagorno-Karabaj. Si bien Erdogan tiene intereses y objetivos propios, no se opone directamente a los de Estados Unidos. Las intervenciones turcas en Siria se hicieron con el visto bueno de Trump, explícito en la Rojava kurda de Siria, en el otoño de 2019, después de que Trump abandonara a los combatientes kurdos artífices de la derrota de Dáesh; y al menos implícito, unas semanas después, en la región de Idlib, frente a Bashar al-Assad apoyado por la fuerza aérea y los cuadros militares rusos.
En cuanto a la Rusia de Putin, no es el país deseoso de guerra a cualquier precio que algunos líderes occidentales quisieran describir. Es sobre todo un régimen, indiscutiblemente dictatorial, que quiere defender, sea cual sea el método empleado —envenenando o anexando— los intereses de sus oligarcas ante las presiones de las potencias imperialistas o la injerencia de potencias regionales en los países de la antigua Unión Soviética, —de Bielorrusia a Kirguistán pasando por Ucrania o Azerbaiyán— sacudidas por revueltas sociales o crisis políticas.
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