Lo cierto es que la caída de los precios del petróleo y otras materias primas, la desaceleración del comercio internacional, provocan o aceleran múltiples tensiones entre los países. La contracción de los mercados agudiza la competencia entre grupos capitalistas, quienes, a su vez, repercuten su guerra comercial a sus proveedores y subcontratistas repartidos por el mundo. Si los trabajadores, en todos los países, son las primeras víctimas, las burguesías más débiles también beben. Muchos países pobres o casi pobres, cuyas economías ya fueron quebrantadas por la crisis de 2008, van a sufrir la peor parte de la crisis actual. Esto provocará la quiebra y la ruina de sectores enteros de la burguesía media y pequeña. Ya podemos verlo en Líbano, donde la inflación y la congelación de las cuentas bancarias han sumido en la pobreza a categorías hasta ahora protegidas. Las consecuencias políticas serán múltiples. Dado que la guerra es la continuación de la política por otros medios, como dice Clausewitz, en un momento u otro, la crisis generará guerras. Si cada chispa aislada no conduce a una explosión, cuando el ambiente está caldeado, los riesgos de un incidente involuntario y accidental, mencionados por los generales, pueden degenerar y provocar una explosión.
Notas:
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La crisis exacerba las tensiones en Europa
La agudización de la crisis con el rosario de tensiones económicas, políticas, diplomáticas o militares que esta provoca, puede cambiar las reglas del juego con más o menos rapidez. La guerra, que la parte occidental de Europa no sufre en su suelo desde hace setenta y cinco años, a diferencia de su parte oriental, podría acercarse.
Tanto los altos funcionarios como los líderes políticos expresan este temor. Al presentar, en septiembre, el incremento del presupuesto militar, la ministra de la Defensa, Florence Parly, lo justificó explicando que era "esencial para rehabilitar nuestra armada después de las insuficientes inversiones desde hace años y necesario debido al auge de las tensiones en Europa". El senador LR, que preside la Comisión de Asuntos Exteriores, comenta: "En este momento, en el que algunos vaticinan un enfrentamiento entre Egipto y Turquía en Libia, país en el que Turquía está llevando a cabo importantes operaciones terrestres fuera de su territorio, podemos darnos cuenta de que los enfrentamientos convencionales mediante las fuerzas terrestres no son una simple hipótesis de trabajo, sino una realidad estratégica "[1] antes de concluir, como era de esperar: " El Senado vigilará atentamente el incremento de los medios financieros y velará a su preservación.”
Otros citan los riesgos de una guerra involuntaria con Rusia: "La futura lucha con Rusia no vendrá de una invasión, sino quizás de un error de cálculo que nos conducirá a ella", declaró un líder de OTAN, citado por el diario Le Monde el 17 de junio. Este riesgo de una guerra debida a un malentendido también lo menciona el general Burkhard, según el cual "el menor incidente puede degenerar en una escalada militar incontrolada". Obviamente, hay un elemento de exceso con fines de propaganda y comunicación en estos diferentes comentarios. Propaganda para enmascarar la abrumadora responsabilidad del imperialismo por las crecientes tensiones, apuntando hacia un cómodo enemigo, la Turquía de Erdogan o la Rusia de Putin. También declaraciones para obtener mayores presupuestos de defensa y hacerlos aceptar por la ciudadanía.
El hecho es que Erdogan, enfrentado a una gran crisis económica, con una base política menguante y sufriendo derrotas en las elecciones locales, se ha embarcado en una carrera alocada hacia el terreno del militarismo y el nacionalismo. Actualmente Turquía está involucrada militarmente en cinco conflictos. Envió tropas o auxiliares a Libia, Siria y al norte de Irak, en el que efectuó, sin cesar, continuas incursiones contra los kurdos. Mediante las milicias sirias afines y el suministro de armas, Turquía interviene junto a Azerbaiyán en la guerra contra Armenia en los alrededores de Nagorno-Karabaj. Por último, ha intensificado las maniobras aeronavales en el Mediterráneo en aguas territoriales griegas. El gobierno turco ha fortalecido su armada durante los últimos cinco años comprando o construyendo nuevas fragatas y submarinos. Debería inaugurar su primer portaaviones en 2021.
Hay una parte de farol y chantaje en las poses de guerra de Erdogan. Turquía sigue siendo miembro de la OTAN, al igual que Grecia, lo que significa que está tutelada por otros Estados miembros para la obtención de algunos de sus suministros militares. Por ejemplo, en 2019, Estados Unidos bloqueó la entrega de un pedido de aviones de combate F-35 después de que Turquía comprara material de defensa antiaérea a los rusos. La empresa canadiense L3Harris Wescam acaba de suspender sus entregas de ópticas de precisión, esenciales para los drones militares turcos, por la razón declarada de que están matando civiles en Nagorno-Karabaj. Si bien Erdogan tiene intereses y objetivos propios, no se opone directamente a los de Estados Unidos. Las intervenciones turcas en Siria se hicieron con el visto bueno de Trump, explícito en la Rojava kurda de Siria, en el otoño de 2019, después de que Trump abandonara a los combatientes kurdos artífices de la derrota de Dáesh; y al menos implícito, unas semanas después, en la región de Idlib, frente a Bashar al-Assad apoyado por la fuerza aérea y los cuadros militares rusos.
En cuanto a la Rusia de Putin, no es el país deseoso de guerra a cualquier precio que algunos líderes occidentales quisieran describir. Es sobre todo un régimen, indiscutiblemente dictatorial, que quiere defender, sea cual sea el método empleado —envenenando o anexando— los intereses de sus oligarcas ante las presiones de las potencias imperialistas o la injerencia de potencias regionales en los países de la antigua Unión Soviética, —de Bielorrusia a Kirguistán pasando por Ucrania o Azerbaiyán— sacudidas por revueltas sociales o crisis políticas.
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