No hay sitio para dos: Nosotros o ellos

22 de abril-Mario Diego

Es una evidencia que aún tendremos para rato con la crisis del Covid-19, esta se va a prolongar, y si la hora del desconfinamiento ha sonado para los y las trabajadoras de los sectores no esenciales, para los demás será retrasado. Lo que pasará durante las semanas y probablemente los meses venideros, dependerá a la vez de la pandemia y de la elección por parte del gobierno entre las diferentes opciones que le propondrán los expertos.

Todas las tergiversaciones, por parte del gobierno, con relación a este tema, se deben a las contorsiones que tiene que hacer, con objeto de obedecer, por un lado, a las exigencias de la patronal, y por el otro, a la necesidad de no decepcionar a la opinión pública; particularmente a todos y todas aquellas que pusieron su confianza y esperanza en él.

La voluntad de la patronal y de sus accionarios ya se ha expresado, —y es por eso que se realizó la vuelta al trabajo — tanto CEOE, como el Círculo de empresarios, han sido muy claros: hay que poner en marcha la maquinaria para volver a la acumulación de beneficios. Desde su egoísta punto de vista es lógico, porque coronavirus o no, tanto las leyes del mercado como las de la competencia no cesaron, y para los depredadores capitalistas, generalmente, los tiempos de incertitud son la ocasión que hace al ladrón.

De hecho, no es extraño que muchas empresas hayan seguido produciendo a pesar del confinamiento, incluso no ejerciendo una actividad esencial. Como tampoco es causal, la especulación sobre las mascarillas y otros EPI de seguridad. Y por mucho que digan los canónigos del reformismo, no es el capital quien crea trabajo sino el trabajo quien crea capital.

El confinamiento, por eficaz que sea para erradicar la pandemia, es también una medida que ya no solo hunde a las capas de la población más pobres en una marisma de dificultades materiales, financieras o psicológicas, sino que no contento de reproducir la desigualdad social, la agudiza. Las ayudas decididas por el gobierno no llegan o tardan en llegar, cuando no, son insuficientes; bancos que no aceptan la moratoria de las hipotecas o que imponen condiciones tan draconianas que resultan inaceptables; alquileres que hay que pagar sí o sí.

No es insólito de ver cada vez más gente depender de organizaciones o asociaciones caritativas que acogen en sus comedores o distribuyen comida a una parte de esas capas de la población.  La pandemia y sus consecuencias inmediatas, han sido a la vez reveladoras y disimuladoras de la gestión aberrante de la sociedad y de la irresponsabilidad de la burguesía que la dirige.  

Las consecuencias económicas debidas al coronavirus ya son equivalentes a las que ha acarreado la brutal caída bursátil del 1929. Aunque las cifras del paro reales no estén reflejadas en las cifras oficiales de ningún país, el hecho de que algunos expertos, apunten a que, en Estados Unidos, el índice del paro pasó en ese país, en quince días, de un 4%, con relación a la población activa, a un 10%, refleja muy bien hacia dónde vamos económicamente y socialmente: hacia una catástrofe. ¿Cuáles serán las consecuencias políticas de esa catástrofe? Lo único que se puede decir con certeza, es que serán considerables e imprevisibles. Y probablemente, como en todas las crisis pasadas, la burguesía intentará hacerla pagar siempre a los mismos: a las clases populares.

Sí, ya puede el gobierno, y con razón, agradecer a todas las personas, esas mismas que en tiempo normal “no son nada”, su entrega a la colectividad, — entrega de la que carece la burguesía— unas trabajando de hincapié en la sanidad o en sectores vitales para la subsistencia de todos, otras respetando el confinamiento, preocupándose y ayudando a los más necesitados, pero ese agradecimiento no soluciona nada.

El gobierno, o parte, probablemente esté desgarrado entre la presión de la patronal por un lado y la de una parte de sus electores y apoyos por el otro. De hecho, estos últimos, hacen todo lo posible para no criticar, hasta incluso intentan impedir a otros que lo hagan, pero ellos mismos no pueden quedar — por mucho que lo deseen— sin reacción, frente a las medidas tomadas a medias o incluso contradictorias. Negar, pandemia o no, que esto no va como tuviese que ir, o por lo menos, como la mayoría de los electores de izquierda esperaban que fuese, es dejar campo abierto a la derecha y extrema derecha. No se puede servir al amo y al esclavo; el primero come en la mesa, el segundo debajo… cuando tiene suerte.