España 1931-1937  

Presentación

 por Voz Obrera Publicaciones 13/02/2006

Este año se cumplen 75 años de la proclamación de la II República y 70 de la guerra civil. Va a ser un año de celebraciones y aniversarios históricos y políticos. Este recordatorio se aprovechar· para exponer los acontecimientos y reflexionar sobre lo sucedido y siempre con miras a exponer políticamente distintas posiciones.

Entre las asociaciones de víctimas del franquismo este año debería ser el del homenaje y del reconocimiento a los represaliados y oprimidos por la dictadura. Entre sectores e intelectuales de izquierda se expresa la idea de la existencia de una deuda con las víctimas del franquismo, todavía no saldada. Una deuda que supondría un reconocimiento social e institucional de todos aquellos que sufrieron la dictadura.

Nosotros también queremos presentar nuestra reflexión y nuestra opinión sobre el aniversario. Es verdad que tenemos una deuda. Nuestra deuda es con el proletariado que se batió por la revolución contra el fascismo. Por eso queremos contribuir con este folleto, publicado por Lucha Obrera, a la difusión de las ideas revolucionarias. No podemos cambiar el pasado, pero sí recoger nuestra herencia y preparar el futuro.

La revisión de la historia

Tradicionalmente la izquierda ha defendido públicamente la II República. Esta defensa, hasta la Transición, fue caballo de batalla en los programas tanto del PCE como del PSOE. Pero llegada la hora del pacto con los franquistas, se evidenció que era sólo palabrería para los programas y la prensa. Pronto “olvidaron” las esencias republicanas para hacerse monárquicos y aceptar a los herederos del franquismo.

Ahora esa izquierda está retomando su pasado republicano y otra vez busca públicamente “recuperar” esa memoria perdida. Sin embargo, este pasado les plantea un problema: ¿cómo explicar el fracaso del régimen y la derrota posterior?

Y entre las justificaciones están los logros de la II República, explicando el fracaso de este régimen político, por el ilegal golpe de los militares del 36, aupados en la derecha cerril española, incapaz de aceptar las reformas democráticas que los republicanos intentaron realizar. Estos querían, según las ideas que se expresan ahora, la modernización y el progreso de la nación de un país ahogado en un atraso secular y dominado por sectores de la burguesía más reaccionaria. Esta modernización significaba en la práctica, la reforma educativa, la reforma agraria, la solución al problema nacional, la separación de la Iglesia- Estado y la laicidad, y la mejora de los derechos políticos y sindicales.

En estos años las corrientes de la derecha también realizan su “recuperación” histórica a través de la “revisión” de las ideas de izquierda defendidas tradicionalmente por la socialdemocracia y los sucesores del estalinismo, del PCE, hoy en franca retirada socialdemócrata en IU.

Esta corriente revisionista de derechas está liderada por el célebre izquierdista del GRAPO, reconvertido en adalid de la derecha y justificación del franquismo Pío Moa, y los plumíferos del PP como Cesar Vidal, ejemplo significativo. Para estos lacayos de la derecha, la guerra civil, el franquismo, es la consecuencia de la actuación de los sectores de izquierda revolucionarios que no aceptaron la democracia y quisieron imponer su dictadura, como sucedió en Asturias en el 34. Para ellos la guerra civil y la dictadura, en el mejor de los casos, fue una consecuencia de la cerrazón de los sectores intransigentes, tanto de derecha como de izquierda, por imponer su dictadura.

La “vuelta” a la república y los olvidos de la izquierda oficial

Políticamente las corrientes de la izquierda van a tener el campo abonado para justificar sus actuaciones en la guerra civil defendiendo el régimen republicano. Sin embargo, es difícil ocultar que la II República no sólo defraudó las esperanzas de los oprimidos en todo el país, sino que impidió que se realizaran las expectativas tanto tiempo soñadas por los trabajadores. Esta república vino de la mano de la burguesía y fueron los mismos monárquicos como Maura o Alcalá Zamora, los que coparon puestos claves del, aparato de Estado, como fueron la Presidencia y Gobernación (hoy Ministerio del Interior). En la misma constitución republicana, que hoy destacan como progresista la denominación de “república de trabajadores”, se olvida que los republicanos impusieron la continuación “de todas las clases “, para así salvar nominalmente a la burguesía.

Se olvida que mientras cientos de miles de jornaleros y campesinos pasaban por hambrunas cíclicas, el régimen los reprimió a sangre y fuego cuando se levantaban por la tierra, que prometieron en la reforma agraria – nunca realizada realmente hasta la revolución del 36, ejemplo de Casas viejas.

Se olvida que mientras a los militares excedentes de un ejército parasitario y colonialista Azaña los jubiló, con sus sueldos íntegros, a los obreros se les negaba el seguro de desempleo.

En fin ¿qué logros sociales hicieron los políticos republicanos y socialistas durante los años de parlamentarismo republicano? Sólo durante el primer bienio se realizaron escuelas, y se contrataron maestros y hubo un tímido intento de llevar la cultura a las zonas rurales a través de las misiones pedagógicas. Pero tan escaso bagaje social, -ya que ni en servicios sociales ni sanitarios se hizo nada-, no puede saldar positivamente lo que fuera más bien un intento reformista de pintar la podredumbre de una sociedad corrompida por unas clases dominantes explotadoras al máximo, y de frenar a la clase obrera que amenazaba su dominio.

¿Se hubiera podido realizar un régimen parlamentario reformista sin esa cerril derecha y clase dominante? Creemos que es un argumento falaz pensar que fueron las ideas reaccionarias de los sectores derechistas, como las revolucionarias de los sectores izquierdistas en su lado contrario, las que impidieron la convivencia en paz como se dice ahora.

El conflicto social y la revolución traicionada y olvidada

Pues todas estas interpretaciones “olvidan” la naturaleza, las tripas, de la sociedad española de ese tiempo. Una sociedad de clases en el capitalismo se sostiene de la explotación de las clases trabajadoras, del aparato de Estado y de sus engaños ideológicos. España vivía un conflicto social desde hacía años. Los pobres, los jornaleros y campesinos, los obreros, no estaban dispuestos a soportar por más tiempo el hambre y la miseria impuestas por los terratenientes, los banqueros, la patronal y la Iglesia.

Los sectores burgueses intentaron frenar y aplastar a los trabajadores, primero con la dictadura de Primo de Rivera, después con la II República, en ella con la CEDA y las elecciones y finalmente, tras el triunfo electoral del Frente Popular con el golpe de estado militar.

Y el golpe militar desencadenó la ira popular y la revolución. En días, lo que la república no había hecho, los trabajadores y los pobres lo hicieron. Se formaron milicias obreras y campesinas, se llenaron de comités los pueblos y ciudades, se tomaron las tierras de los latifundistas y las fábricas, y todo, gracias al proletariado, se puso en funcionamiento desbaratando el golpe y obligando a los facciosos a una lucha de tres años. Esta revolución es negada o ocultada por buena parte de la intelectualidad ligada a las corrientes socialdemócratas o estalinistas. Incluso historiadores como Paul Preston – biógrafo de Juan Carlos- “experto” en la guerra civil, aceptando que la guerra civil fue una guerra social, critican a los intelectuales como Orwel que reflejaron la revolución como una expresión “minúscula” de la realidad (Prologo al libro de Andrés Trapiello, “Los intelectuales y la guerra civil”).

Y esta revolución fue traicionada. Traicionada por los sectores del movimiento obrero que lideraron los gobiernos republicanos. Ante tanta energía popular, el gobierno del Frente Popular, que no hizo nada contra el golpe, se vio obligado a dar las armas al pueblo y a aceptar la toma de fábricas y de tierras. Pero desde ese gobierno, con los anarquistas participando, se fueron destruyendo las posibilidades construir la sociedad sin clases que se había empezado.

En la dualidad de poder entre el gobierno republicano y los comités de los primeros días, el primero fue progresivamente eliminando el poder del segundo, sin que ninguna organización obrera tuviera las ideas claras, la firmeza y el peso social suficiente para centralizar, democratizar y convertir los comités en un verdadero parlamento obrero.

Al contrario, se mantuvo a los republicanos burgueses en el poder político, con el argumento de ganar primero la guerra, para hacer después la revolución. Cuando la revolución y la ira popular del proletariado en los días de julio fue lo que posibilitó frenar a los fascistas y la resistencia posterior. Después, los sucesos de mayo del 37 y el desastre: los estalinistas apoyados por la dirección de los socialistas y anarquistas, directamente o por omisión, se encargaron de aplastar a los revolucionarios, y tras la derrota, la represión.

El texto que presentamos a continuación es el relato de la España revolucionaria que fue publicado por Lutte Ouvrière en un folleto de los Círculos León Trotski. Es la visión de los acontecimientos, desde el punto de vista de la revolución de los obreros, de los jornaleros, de los pobres. Se dice que se explica la vida dependiendo del color del cristal con que se mira. Nuestro color es rojo. Es la memoria contra el olvido, de la revolución y del heroico proletariado español, que se levantó en armas contra los opresores, tomando en sus manos durante un periodo de tiempo la sociedad. Es la memoria de lo que sucedió para aprender del pasado y preparar el futuro, futuro que ellos jalonaron.

España en vísperas de la revolución

 

La España de 1930 era una monarquía contando, más o menos, con unos 24 millones de habitantes, pobre y subdesarrollada, conservando aún numerosos rasgos feudales.

El latifundio predominaba todavía en el país, particularmente en el sur, en Andalucía y Extremadura. En la totalidad del país, 2% de los propietarios poseían casi 2/3 de las tierras. Paralelamente a las grandes haciendas, de las cuales una buena parte estaban sin cultivar (un 30%), había pequeñas explotaciones que no permitían vivir decentemente a sus propietarios; luego estaban todos aquellos que no eran dueños de las tierras que trabajaban, arrendatarios y jornaleros. La miseria era terrible. “El español se acuesta sin cenar” se decía. Millones de personas aspiraban al reparto de los grandes latifundios.

Cierto es que la burguesía industrial se había desarrollado a comienzos de siglo, gracias sobre todo a su neutralidad durante la Primera Guerra Mundial, no obstante, terminada ésta, no tardó en perder sus mercados exteriores. Además, la mayor parte de la industria estaba en manos de capitales extranjeros de los cuales en primera fila ingleses, seguidos por los franceses.

Dependiendo del capital extranjero y vinculada a la aristocracia terrateniente, dicha burguesía tuvo un desarrollo tardío que la incapacitó para llevar a cabo una transformación del país librándose, paralelamente, de las estructuras ligadas a la nobleza que entorpecían su desarrollo. Se conformaba estupendamente con la monarquía de Alfonso XIII que ocupó el trono en 1902.

En esta sociedad arcaica la Iglesia y el ejército tenían un peso considerable. En el país por excelencia de la Inquisición, la Iglesia católica ha sido siempre uno de los principales apoyos de la monarquía y el Estado derrochaba millones para mantenerla. En 1930 el país contaba con 5.000 conventos, 80.000 frailes y monjas y 35.000 curas.

La Iglesia era el primer hacendado (inmuebles, tierras, etc.) y también el primer poder capitalista. En 1912 la orden de los jesuitas controlaba la tercera parte de los capitales españoles. Un dicho popular resumía este poder: “El dinero es buen católico”.

Después del incensario, la espada. Había en el ejército español más oficiales que en cualquier otro ejército de Europa: un oficial por cada seis hombres. Esto muestra el carácter parasitario de la casta militar, que a lo largo del siglo XIX había multiplicado los golpes de Estado. En 1930 el ejército estaba profundamente marcado por la guerra colonial de Marruecos de 1912 a 1926.

El movimiento obrero

En esa España, en muchos aspectos subdesarrollada, existía, no obstante, una clase obrera reforzada por el desarrollo industrial a comienzos de siglo. En nuestro país el proletariado tenía una gran tradición de luchas, incluyendo huelgas políticas. Los tres años de lucha que subsiguieron a la revolución rusa, fueron llamados “el trienio bolchevique”. En 1930 la CNT, el sindicato creado por los anarquistas, con cientos de miles de afiliados, era el que más influencia tenía entre la clase obrera, en particular en Cataluña y Andalucía. Al lado de la CNT estaba la UGT, el sindicato ligado al PSOE, mayoritaria en Asturias, País Vasco y Madrid. Estas dos corrientes se repartían la influencia en el movimiento obrero.

Existía un pequeño Partido Comunista con una línea sectaria, como el resto de los partidos comunistas, que denunciaba a las organizaciones anarquistas y socialistas como “hermanos gemelos” del fascismo. En Cataluña una buena parte de los militantes del PC rechazaron esta orientación y formaron el Bloque Obrero y Campesino. Representaban en España la oposición de derecha que se desarrolló en la Internacional Comunista después de la ruptura entre Stalin y Bujarín. Después de esta escisión el PC no contaba más que con algunos cientos de miembros.

Sólo una corriente representaba la tradición bolchevique en los comienzos de los años 30. Ésta era Izquierda Comunista, animada por Andrés Nin y ligada a la Oposición de Izquierda Internacional de Trotski. Pero IC sólo era una pequeña organización, todavía no era un partido.

La falta de un partido comunista combativo, con una dirección política competente fue perjudicial, cuando se abrió la crisis revolucionaria en 1930.

La República de los republicanos y de los socialistas

           La situación explosiva de 1930

El rey Alfonso XIII acababa de deshacerse del general Primo de Rivera cuya dictadura se había hundido con la crisis del 29. El rey pidió al general Berenguer la formación de un nuevo gobierno. Este general diría más tarde que había tomado el poder en un momento en el que España estaba como “una botella de champán cuyo tapón está a punto de saltar.”

En mayo de 1930, ante la agitación que reina por doquier, el gobierno cierra las universidades y hace intervenir a la guardia civil. A estos movimientos les siguió la agitación obrera con toda una serie de huelgas en las principales ciudades. Una dramática crisis golpeó los campos, con una hambruna que mató a miles de campesinos. Una ola de republicanismo recorrió todo el país. Una parte de los políticos de la burguesía se convenció de que había llegado el momento de deshacerse de la monarquía.

El 17 de agosto de 1930, los socialistas y la UGT firmaron el “Pacto de San Sebastián” con los republicanos. Evidentemente ellos no pensaron en preparar una insurrección popular contra la monarquía, pero soñaron con un levantamiento de las guarniciones eventualmente apoyado por una huelga pacífica en las principales ciudades. El plan fue revocado y reanudado varias veces. Mientras tanto dos oficiales republicanos, el capitán Galán y el teniente García Hernández, se alzaron en Jaca proclamando la república. Hubo una huelga general en Barcelona. Pero en Madrid el comité republicano-socialista no da la orden de huelga en la ciudad.

Preferían la derrota a la movilización obrera. Los dos oficiales fueron ejecutados. La crisis política aumentó y convocaron elecciones, en primer lugar, municipales.

La proclamación de la república

Las elecciones municipales fueron un éxito para los republicanos en las grandes ciudades. La República fue proclamada dos días más tarde, el 14 de abril de 1931.

El entusiasmo popular estalló en grandes manifestaciones. Los presos políticos salieron de las cárceles en medio de la alegría general. En el sentir de los campesinos pobres, República significaba reforma agraria, el acceso a la tierra, la posibilidad de saciar el hambre. Para los obreros significaba la satisfacción de sus reivindicaciones. Para todos los pobres que celebraban su llegada debía significar el fin de su miseria y mejorar las condiciones sociales.

Los nuevos dirigentes calificaban la revolución de “gloriosa, no sangrienta, pacífica y armoniosa”. Su republicanismo era, sin embargo, relativo. Dejaron que el rey se declarase en vacaciones y que partiera al exilio sin ni siquiera exigirle que abdicase.

El gobierno provisional fue confiado a Alcalá Zamora, un político católico de la monarquía, republicano reciente. Al lado de republicanos como Azaña, tres socialistas participaron en el gobierno provisional, cuyo dirigente principal del partido, Largo Caballero, ya había aceptado ser Consejero de Estado con el dictador Primo de Rivera. Todo el viejo aparato de estado quedó en su sitio: los funcionarios, los jueces, los militares…

En cuanto a las masas, se les pidió armarse de paciencia en espera de las Cortes Constituyentes que deberían ser elegidas en junio.