¡Alto a la masacre en Gaza!

Nada puede justificar lo que está ocurriendo hoy en Gaza. Durante los últimos quince días, el terror se ha abatido sobre los palestinos de esta delgada franja de tierra.

Casas, hospitales, escuelas bajo administración de la ONU, mezquitas o iglesias... los dos millones y medio de habitantes no tienen dónde refugiarse de los bombardeos. Ningún lugar donde conseguir comida, agua, combustible o medicinas.

La ayuda humanitaria es una gota en este océano de sufrimiento. Con más de 4.600 muertos, barrios enteros arrasados y hospitales desbordados, la tragedia se desarrolla ante los ojos del mundo entero. Se trata de una política de venganza ciega por parte del Estado israelí, y nadie podrá decir que no lo sabía.

¡Y quizás lo peor esté por venir!

¿Entrará el ejército israelí en Gaza? ¿Seguirá cavando el abismo de sangre y odio que separa a los palestinos de los israelíes? ¿Y con qué objetivo? ¿Ocupar Gaza? ¿Arrasar parte de ella? El Estado de Israel y sus asesores imperialistas están considerando seriamente todas estas hipótesis. Esto demuestra por sí solo el grado de barbarie al que ha llegado la sociedad.

De estos acontecimientos depende el futuro de palestinos e israelíes durante las próximas décadas. El futuro del Próximo Oriente y tal vez del mundo depende de estos acontecimientos, porque ¿quién puede estar seguro de que no incendiarán el planeta?

Ni siquiera los líderes de las grandes potencias, con Biden a la cabeza, pueden garantizarlo. La semana pasada, el Presidente de Estados Unidos pidió a Netanyahu "que no se deje consumir por la rabia", pero ni vetó una intervención terrestre ni pidió al ejército israelí que cesara el fuego. Estados Unidos ha desplegado incluso dos portaaviones en la región y ha enviado nuevas armas a Israel. Macron viajará allí el martes 24 de octubre con el mismo mensaje de apoyo.

Así pues, sí, la matanza que se está perpetrando hoy en Gaza se está llevando a cabo con la complicidad de las potencias imperialistas. No hay nada sorprendente en ello: nunca han dejado de apoyar a Israel, a pesar de la colonización, a pesar del expolio y la opresión sistemática de los palestinos, ya vivan en Gaza, Cisjordania o Israel.

Durante décadas, dichas grandes potencias occidentales, que se proclaman democráticas, han hecho del Estado de Israel su brazo armado en la región. Han encubierto todos esos crímenes y siguen haciéndolo.

Esas mismas grandes potencias han creado situaciones explosivas en todo el mundo. Esto es especialmente cierto en Oriente Próximo, rico en petróleo, donde han impuesto su dominio haciendo trizas las entrañas de los pueblos, apoyándose en las monarquías y dictaduras más retrógradas, como la de Arabia Saudí. Y cuando estos regímenes carecían de docilidad los aplastaban, como fue el caso de Saddam Hussein en Irak.

Hoy, Irak, Siria, Libia, Líbano, Jordania, Irán y Yemen son también bombas sociales, con millones de pobres a veces tan desesperados como lo están los palestinos. En esta situación, en la que la más mínima chispa puede provocar una explosión, las grandes potencias permiten que Netanyahu juegue con fuego.

Así que no hay nada que esperar de ellos. La ONU no es más que un teatro impotente. Y la llamada "comunidad internacional" no es sino una fachada para facilitar la dominación de los países más ricos, que pasan su tiempo desgarrándose entre sí por obtener el derecho de saquear el mundo.

En Ucrania, las potencias imperialistas y Rusia luchan entre sí por intermedio de los ucranianos. El tira y afloja entre Estados Unidos y China podría degenerar en conflicto armado de múltiples maneras. Y todas las grandes potencias se sitúan ya en la perspectiva de una tercera guerra mundial.

La esperanza solo puede venir de los proprios pueblos. Vendrá de quienes se levanten contra el imperialismo y sus maniobras. Vendrá de quienes comprendan la necesidad de luchar contra el capitalismo y la gran burguesía, cuya política consiste en enfrentar a unos pueblos contra otros para asentar su dominación.

Derrocar el imperialismo para establecer una sociedad igualitaria, libre de explotación y de relaciones de dominación, es la única salida para la humanidad. Esta perspectiva es lo contrario de las políticas nacionalistas destinadas a defender los intereses de un pueblo en detrimento de los demás. Es lo contrario de la política de Netanyahu en Israel y de Hamás en Palestina.

Sólo la unión de los trabajadores del mundo nos permitirá romper el círculo vicioso de la guerra al que nos están arrastrando.

Nathalie Arthaud

Traducción por mi mismo (editorial de nuestros boletines de empresa)

 Dos artículos publicados por Lutte Ouvrière en su périodico semanal y traducidos por mi mismo

 Israelíes y palestinos en la sangrienta trampa creada por el imperialismo

Oriente Próximo es la viva estampa de un mundo sometido a la dominación imperialista de la burguesía: un inmenso infierno. Después de Irak y Siria, la guerra se ceba de nuevo con Israel y Gaza, amenazando a toda la región con una nueva conflagración.

Esta situación es fruto de las maniobras de las potencias imperialistas del siglo pasado, cuando se repartieron el mundo trazando fronteras para garantizar su hegemonía. Y Oriente Medio, rico en petróleo, ha sido objeto de su codicia.

Así es como palestinos e inmigrantes judíos se encontraron en medio de un campo de batalla. Los primeros vivían bajo el dominio británico, ya cuestionado por el poder estadounidense. En cuanto a los segundos, llegaron a la región huyendo de pogromos antisemitas o como sobrevivientes de los campos de exterminio.

Había espacio para ambos pueblos. Sin embargo, los llamados protectores de la región no hicieron nada para favorecer la coexistencia. Todo lo contrario, opusieron un pueblo al otro para consolidar su influencia.

En 1948, Estados Unidos respaldó la creación de Israel como Estado judío. Los palestinos fueron expulsados en masa, convertidos en refugiados de por vida en campamentos superpoblados o en ciudadanos de segunda en Israel. Los israelíes se convirtieron en carceleros de esa prisión.

Los palestinos han sido despojados de sus tierras, expulsados de sus hogares y encerrados, en particular en la prisión al aire libre que es Gaza. Los dos millones de gazatíes son castigados colectivamente por un bloqueo que les impone condiciones de vida inenarrables, cuando sus edificios no están siendo bombardeados por el ejército israelí. Esta política tiene un nombre: terrorismo de Estado.

En ambos bandos, las políticas nacionalistas han contribuido a llevar al poder a los más extremistas. En Israel, Netanyahu gobierna ahora con ultranacionalistas religiosos y racistas. Su gobierno ha intensificado la colonización de Cisjordania, ha empeorado las medidas de apartheid y ha animado a las milicias de extrema derecha a aterrorizar a los palestinos.

Hamás ha contrarrestado este terror de Estado con una política que está llevando a los palestinos a un callejón sin salida. Esta política muestra el desprecio no sólo por la vida de los civiles israelíes, sino también por la de su propio pueblo, los palestinos de Gaza, que una vez más se ven sometidos al infierno de los bombardeos. Los palestinos no tienen elección, porque el poder de Hamás se ejerce como una dictadura.

Si Hamás ha movilizado a muchos palestinos en su favor es porque es el único que parece ofrecer una salida a la rebeldía que bulle entre la juventud palestina. Pero las políticas de Hamás, al igual que las de Netanyahu, sólo sirven para ahondar el sangriento abismo que separa a los dos pueblos.

Setenta y cinco años de políticas nacionalistas por ambas partes, desde las más moderadas a las más extremistas, han conducido a la aterradora situación actual. Demuestran que un pueblo que domina a otro no puede vivir en seguridad, ni ser un pueblo libre.

El drama es que los peores nacionalistas se ven alentados por el clima bélico creado por la guerra de Ucrania y la retórica belicosa de los líderes de las grandes potencias. Así ocurre en Azerbaiyán, Nagorno-Karabaj y Kosovo, donde albaneses y serbios están enfrentados.

Frente a esta evolución catastrófica, afirmemos que pueblos diferentes, que hablan lenguas diferentes y tienen costumbres o religiones diferentes, pueden perfectamente convivir. Así lo han hecho a menudo en siglos pasados.

Para lograrlo, tenemos que luchar contra los actuales gobernantes de la sociedad, y en primer lugar contra la burguesía imperialista, que enfrenta a los pueblos entre sí. Divide y vencerás es la base de su política de dominación. ¡No nos dejemos arrastrar!

Ni los pueblos ni los trabajadores tienen interés en estas divisiones. Comparten la misma aspiración a vivir en paz. Necesitan encontrar un terreno común. Y ese terreno común reside en el hecho de que todos comparten una vida de trabajo, una vida de explotación. Nuestros dirigentes nos unen en la explotación, ¡no dejemos que nos dividan!

Como aquí, en todas partes hay trabajadores en desacuerdo con sus gobiernos. Equiparar al pueblo palestino con las políticas de Hamás, o identificar a los israelíes con las políticas de Netanyahu y los colonos, es tan estúpido como alinear a los franceses con Macron.

En Israel, los trabajadores palestinos e israelíes suelen trabajar juntos. Necesitan recuperar la conciencia de sus intereses comunes. Sólo esta fraternidad de clase puede crear el impulso necesario para superar el odio acumulado durante décadas de enfrentamiento.

Nathalie ARTHAUD

 Una oportunidad para acondicionarnos

Inmediatamente después del anuncio del ataque de Hamás en territorio israelí, los dirigentes de las grandes potencias, desde Biden hasta Macron, seguidos en Francia por la mayoría de los responsables políticos y periodistas, se unieron detrás del gobierno israelí.

Aunque las relaciones con Netanyahu eran más bien frías, Biden dio inmediatamente su "apoyo sin fisuras" a Israel, su gendarme más leal en Oriente Próximo. Varios dirigentes políticos franceses, entre ellos los partidos LR, PS y EELV, varios ministros e incluso el presidente de la Asamblea Nacional francesa, participaron en la manifestación organizada el 9 de octubre por el Consejo Representativo de las Instituciones Judías Francesas (CRIF), en "solidaridad con Israel contra el terrorismo". Simultáneamente, varios prefectos prohibieron las manifestaciones de apoyo al pueblo palestino.

En cuanto a las cadenas de televisión, que durante todo el año ignoran la situación de los palestinos encerrados en la prisión a cielo abierto que es Gaza o expulsados de sus tierras o de sus hogares en Cisjordania, han difundido abundantemente los testimonios, inevitablemente angustiosos, de residentes israelíes víctimas del asalto asesino de Hamás.

Los acontecimientos son dramáticos, tanto para la población israelí como para la de Gaza, que sufre las consecuencias. Pero para todos estos dirigentes políticos, periodistas y otros autoproclamados expertos, la cuestión es simple: puesto que Hamás atacó, matando a civiles y tomando rehenes, se trata de un ataque terrorista que debe ser castigado. Les da igual que el "terrible" castigo anunciado por Netanyahu se aplique a la población de Gaza, encerrada, atrapada en un diluvio de bombas y privada de agua, electricidad y alimentos. Por su parte, la Unión Europea, siguiendo los pasos de otros países, anunció inmediatamente la suspensión y luego sólo la "revisión" de la ayuda a los Territorios Palestinos.

Como ocurrió cuando el ejército de Putin invadió Ucrania, y como ocurrió durante los atentados de 2015 en París, se insta a la gente a cerrar filas detrás de un supuesto campo de democracias, ahora encarnado por Israel, que como democracia — ¿pero por el bien de quién? — está supuestamente amenazada por unos terroristas.

Cualquiera que se atreva a señalar las aplastantes responsabilidades de los dirigentes israelíes, pasados y presentes, en la opresión de los palestinos y en la espiral que ha conducido a esta nueva guerra es acusado de antisemita o de apologista del terrorismo. En Francia como en otros países occidentales, los gobiernos y sus partidarios aprovechan la ocasión que les brinda el atentado de Hamás para llamar a una especie de unidad política alrededor de ellos mismos, de sus generales y de sus ejércitos, en nombre de "valores" que son en realidad los del mantenimiento de su dominación del mundo. Se trata de una intimidación ante la que no debemos ceder.

La solidaridad con el pueblo palestino oprimido y la hostilidad a las lacras del imperialismo tampoco pueden llevarnos a aprobar el ataque llevado a cabo por Hamás y con sus métodos, como tampoco a considerar esta organización y sus acciones como las vengadoras del pueblo palestino. Su política no es más que la otra cara de la trampa en la que están atrapados los dos pueblos. El único campo que hay que defender es el de los trabajadores y sus intereses comunes más allá de las fronteras, con la idea de que sólo pueden emanciparse confiando en sí mismos. Esta es la única salida.

Xavier LACHAU